29 de diciembre 2019
1311 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de la vida cristiana 

El perdón de Jesús

Jesús muestra que obra con autoridad, tanto en los milagros como cuando perdona los pecados: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te quedan perdonados, o decir: levántate, toma tu camilla y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados -dice al paralítico-, a ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,9-11; Mt 9,5-6; Lc 5,21-24).

 

El signo más claro de la condición divina de Jesús es su dominio sobre el pecado y las fuerzas del mal , como lo demostró en las tentaciones en el desierto y en la curación de algunos poseídos por estos espíritus (Mt 4,1-11; Mc 5,1-20; 9,14-28; Mt 8,28-34; 12,22-30; 17,14-21; Lc 8,26-39; 11,14-25; 13,16). Pero aún más que el poder de expulsar los demonios o de curar enfermos causa sorpresa y hasta escándalo el hecho de que Jesús perdone los pecados: “tus pecados quedan perdonados”. En todos estos casos la reacción de la gente que lo rodea es idéntica: “¿quién es éste que hasta perdona los pecados?” (Lc 5,21; 7,49; Mt 9,3-4; Mc 2,7). Pero para los escribas y fariseos, era una blasfemia: “¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?”.

 Una de las características principales de su mensaje y de su acción personal es precisamente la misericordia para con los pecadores. Claros ejemplos los tenemos en las parábolas: el hijo pródigo, la dracma perdida, la oveja perdida; y también en su modo de actuar con Zaqueo, con la Magdalena, con la mujer pública, con los publicanos, con el buen ladrón. Nos asegura que vino a buscar y a salvar no a los justos sino a los pecadores (Lc 6,35). Nos dice que su Padre celestial es bueno hasta con los ingratos y malvados (Lc 6,35); quiere que sus discípulos perdonen siempre a sus enemigos y considera este perdón como requisito indispensable para alcanzar el perdón de los propios pecados (Mt 6,12; Mc 11,25; Lc 11,4 y 17,3-4). Declara que ha sido enviado, no para condenar al mundo sino para salvarlo (Jn 3,17). Jesús, por tanto, no se desentendió de los cristianos pecadores.

Este poder de perdonar el pecado es el mejor signo de la misión divina de Jesús. La añadidura de Mateo acerca del poder que Dios ha dado a los hombres puede interpretarse como que tal poder puede ser ejercido en la Iglesia. De hecho los tres sinópticos hablan de un poder “en la tierra” cuando se refieren al poder de Jesús de perdonar los pecados (Mc 2,10; Mt 9,5.8; Lc 5,24). Y esto es, con otras palabras, la institución del sacramento de la penitencia.

Ignacio Fernández
Sacerdote diocesano