22 de diciembre de 2019
1310 • AÑO XXVIII

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Nacimiento según la visión de Santa Brígida 

“Bienvenido seas, mi Dios, mi Señor y mi Hijo”

Santa Brígida, a quien el Papa Juan Pablo II proclamó patrona de Europa junto a Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), describe en el relato de su visión el nacimiento de Jesús que celebramos en estas fechas. 

"Estaba yo en Belén -dice la Santa-, junto al pesebre del Señor, y vi a una Virgen encinta muy hermosa, vestida con un manto blanco, y una túnica muy fina, que estaba ya próxima a dar a luz. Había allí con Ella un recatadísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno, los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre aquel anciano, y salió fuera y trajo a la Virgen una candela encendida, la fijó en la pared y se salió fuera, para no estar presente al parto. La Virgen se descalzó, se quitó el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que en la cabeza llevaba, y los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los cabellos tendidos por la espalda, hermosos como el oro. Sacó enseguida dos paños de lino y otros dos de lana muy limpios y finos, que consigo llevaba para envolver al Niño que había de nacer, y sacó otros dos pañitos de lienzo para cubrirle y abrigarle la cabeza al mismo Niño, y todos los puso a su lado para valerse de ellos a su debido tiempo.

Hallábase todo preparado de este modo, cuando se arrodilló con gran reverencia la Virgen y se puso a orar, con la espalda vuelta hacia el pesebre y la cara levantada al cielo, hacia el Oriente. Juntas las manos y fijos los ojos en el cielo, hallábase como suspense en éxtasis de contemplación y embriagada con la dulzura divina; y estando así la Virgen en oración, vi moverse al que yacía en su vientre, y en un abrir y cerrar de ojos dio a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto esplendor que no p0día compararse con el sol, ni la luz aquella que había puesto el anciano daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba completamente el esplendor material de toda otra luz.

 
Al punto vi a aquel glorioso Niño que estaba en la tierra desnudo y muy resplandeciente, cuyas carnes estaban limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también entonces los cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.

Así que la Virgen conoció que había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza y juntando las manos adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y dijo: “Bienvenido seas, mi Dios, mi Señor y mi Hijo”. Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y con la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y extendía los bracitos procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre, la cual enseguida lo tomó en sus manos y lo estrechó contra su pecho y con su mejilla y pecho lo calentaba con suma y tierna compasión, y sentándose en el suelo, puso al Hijo en su regazo, y comenzó a envolverlo cuidadosamente, primero entre los paños de lino, después entre los de lana y sujetando el cuerpecillo, piernas y brazos con la faja, que por cuatro partes estaba cosida en el paño de lana que estaba encima. Puso después en la cabeza del Niño y los dejó atados aquellos dos pañitos de lino que para esto llevaba. Después de todo entró el anciano, y postrándose en tierra delante del Niño, lo adoró de rodillas y lloraba de alegría. 

La Virgen no tuvo mudado el color durante el parto, ni sintió dolencia alguna, ni la faltó nada de fuerza corporal, según suele acontecer con las demás mujeres. sino que permaneció como embriagada de amor, y en este delicioso arrobamiento quedó, sin darse cuenta, en el mismo estado de conformación de su cuerpo en que se hallaba antes de llevar en su purísimo seno al Hijo que acababa de nacer. Levándose enseguida la Virgen, llevando en sus brazos al Niño, y ambos, esto es, Ella y José, lo pusieron en el pesebre, e hincados de rodillas, lo adoraron con inmensa alegría".

Publicado en la Revista Primer Día
Diciembre 2000