22 de diciembre de 2019
1310 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de vida cristiana

El perdón anunciado en el Nuevo Testamento

En tiempos de Jesús las esperanzas mesiánicas se manifestaban de dos maneras:  unos creían que Dios ayudaría al pueblo de Israel, sometido al imperio romano, a recuperar su libertad política y a constituir un reino independiente mientras que otros esperaban la llegada del Enviado de Dios para restablecer la paz y la justicia en el mundo.

EL PERDÓN ANUNCIADO POR EL PRECURSOR
Los evangelios comienzan anunciando la llegada inminente del reino de Dios y exhortando a la conversión (cfr. Lc 2,25-32; Mc 1,4-5). La figura de Juan el Bautista es aquí primordial. Juan comenzó bautizando en el Jordán a muchos israelitas que confesaban sus pecados, pero al mismo tiempo anunciaba a otro que vendría detrás de él para bautizar en el fuego y en el Espíritu Santo (cfr. Mt 3,1-12; Lc 3,16-17).

El cántico de Zacarías presenta a su hijo Juan como el profeta que irá delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados (Lc 1,76-77). Y el mismo Juan señala a Jesús diciendo: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

EL PERDÓN ANUNCIADO POR JESÚS
El lenguaje de la conversión adquiere en Jesús tonalidades nuevas, más cercanas y certeras, impregnadas de un humanismo y de una sencillez sorprendente: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3).

La llamada a la conversión en los Evangelios empalma con el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento, pero tiene un tono más personal y directo. Es una llamada orientada a suscitar la fe en Jesús, a preparar los caminos del Señor, a disponer los corazones para la llegada del Reino que Jesús ha venido a instaurar en el mundo.

El centro de esta invitación a la conversión y de este perdón es el amor misericordioso del Padre, como lo demuestran sus parábolas. Lucas presenta en estas parábolas un mismo motivo: la alegría del Padre por un pecador que se convierte (la oveja perdida, la dracma perdida, el hijo pródigo). La actitud de Jesús para con los pecadores trata de provocar e inspirar en ellos la confianza en la misericordia divina: “tu fe te ha salvado, vete en paz” (a la pecadora), “tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques más” (a la adúltera); “hoy estarás conmigo en el paraíso” (al buen ladrón). A los que le reprochan que se acerca a los pecadores y que come con ellos Jesús  esponde que ha venido a curar a los enfermos, no a los sanos (Lc 5,31; Mc 2,17; Mt 9,13).

Ignacio Fernández
Sacerdote diocesano