15 de diciembre de 2019
1309 • AÑO XXVIII

INICIO - Signo y Gracia

Sacramentos de la vida cristiana

El gran día del perdón: el Yom Kippur

El día 10 del séptimo mes (septiembre-octubre) de cada año, Israel celebraba la reconciliación solemne con Dios. Era el día del gran perdón. Todos debían abstenerse de todo alimento desde la tarde del día 9 hasta la tarde del día 10 (Tisri).

Este día, el sumo sacerdote ofrecía un sacrifico expiatorio: primero, un carnero por sus propios pecados y por los de la clase sacerdotal; después, un cabrito por los pecados del pueblo. Con la sangre de las víctimas rociaba la cubierta del Arca de la Alianza. Después ponía ambas manos sobre la cabeza de un macho cabrío vivo, y en nombre del pueblo hacía una confesión de todos los pecados cometidos desde el día de las expiaciones del año anterior. El macho cabrío era conducido después al desierto para que muriese allí, y con él perecerían los pecados del pueblo (Lv 16).

LOS PROFETAS

Oseas insiste, sobre todo, en el carácter espiritual de la conversión, que procede del amor y conocimiento de Dios, es decir, del deseo y de la voluntad de pertenecerle totalmente a Él (Os 6,6).

Para Jeremías, la llamada a la conversión están en la novedad de un corazón conforme al sentir de Dios, de una alianza que sitúe la ley en el interior del hombre, de una Jerusalén reconstruida (cfr. Jr 24,7; 31,31-34; 32,40).

Para Isaías lo esencial de la nueva alianza está en la renovación interior del hombre, renovación que sólo puede producirse por obra y gracia de Dios.

A partir de Jeremías, los profetas saben que la “vuelta” del pecador a Dios supera sus fuerzas, es una gracia que tenemos que pedir humildemente a Dios: “Hazme volver, que yo pueda volver” (Jr 31,18).

Ezequiel insiste en el carácter personal de la conversión: cada cual responde únicamente por sí mismo y será retribuido según su proceder personal (Ez 18,20-22). Pero recalca también la necesidad de adquirir un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 18,30-32).

En la llamada a la conversión está el mensaje de que en Dios está el origen de la vida del hombre, la fuente de todo bien y el principio de la salvación. De acuerdo con este mensaje, sólo hay dos caminos para el hombre: el que le conduce a un destino de bien, de vida, que implica el reconocimiento de la soberanía y del amor de Dios, y el que le aleja de aquel que es la fuente de la vida y de sus proyectos de salvación, el cual sólo puede conducir a la muerte (Jr 31,34).

La conversión, en último término, es una llamada y una advertencia que Dios dirige al hombre para que éste busque el camino de la felicidad, de su salvación en su alianza con Dios.